martes, 20 de marzo de 2012

Noise vs Arte Sonoro y el triunfo de la performance

En el mes de abril fuimos invitados varios poetas a un conversatorio sobre poesía sonora y performance. El evento se llevó a cabo en un bar miraflorino. Sin querer, lo que en principio estaba programado como un conversatorio se convirtió en una muestra de performances. Para sorpresa nuestra el evento se había pactado a una hora de mucha concurrencia. Pero había mucha gente que había ido sin saber que estaríamos allí y conversaban alzando la voz, lo que hacía difícil captar la atención, a eso se sumó la poca ayuda de un raquítico equipo de sonido que teníamos a disposición. Para superar los problemas, uno de los poetas, Frido Martín, decidió interrumpir sobre la zona del bullicio, usando un megáfono que había llevado, se acercó hacia las mesas e inundó con su voz todo el bar. Logró así captar la atención del público. La performance de Frido fue extraordinaria. Sin embargo muchas preguntas vinieron a mí en ese momento.



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    Recordaba un documental realizado por el ruidista Gabriel Castillo, en donde uno de sus entrevistados, si mal no recuerdo el arequipeño José María Málaga, del proyecto Fiorella 16, decía que buscaba que los conciertos de noise sean como un concierto de rock, en cuanto a la relación que pueden provocar con el público. Ya en conversaciones previas con Castillo había percibido la misma opinión: el sonido se manifiesta en todo su esplendor cuando está libre de las normas sonoras, ideológicas que imponen los anquilosados centros culturales. Esta opinión es compartida por muchos otros ruidistas en Perú. Pero también en muchas otras partes del mundo. ¿Existe un espacio ideal de concierto para el noise y para el arte sonoro, puede ser el mismo? Es en esto en donde se concentra este artículo, sabemos que existe una diferencia entre los que hacen noise y establecen su horizonte dentro de ese circuito y los que afiliados a la tecnocracia de muchas instituciones se dedican al arte sonoro.
    Hace poco un amigo hizo una performance sonora en un Centro Cultural limeño que le impidió a último momento presentar una video proyección donde se veía una autopsia. De otro lado basta ver las portadas de mucho sellos de power electronics e industrial noise para saber que resulta imposible imaginarse a esos artistas en un Centro Cultural, pues hay allí ciertas formalidades que hay que cumplir. Esto trae consigo implicancias complejas. Pero antes vayamos un poco atrás.

    La arcada eufórica

    Si hay una genealogía que resulta plausible es aquella que Greill Marcus estableció en su famoso Rastros de Carmín: hay una historia secreta que conecta el dadaísmo con el punk. Y creo hay otra que conecta al punk con el noise. Si bien el noise tiene diversos antecedentes no ha sido sino con el surgimiento de la música industrial (NON, Throbbing Gristle, SPK, Whitehouse) que pudo establecer una dirección clara que luego en los 80s los japoneses, alimentados por diversas tradiciones (desde el free jazz a la psicodelia), los italianos (Maurizio Bianchi sobre todo) y la posterior camada del power electronics con la inglesa Broken Flag a la cabeza supieron terminar de definir: el noise no era únicamente un sonido disonante, pues aquello ya estaba presente en la música contemporánea, sino una experiencia del sonido producido con desencanto y visceralidad, y la mayor de las veces una legitimación de la espontaneidad (a la manera de la improvisación libre) en la distopía. Parafraseando un célebre trabajo de los peruanos Esperpento, se trata de una “Arcada eufórica”. Esa actitud se ha mantenido hasta hoy en que desde diferentes flancos (los influidos por el grindcore noise por ejemplo) continúan bajo esa singular forma de trabajo.
    El mundo del arte sonoro por su parte es receptivo a todo tipo de experiencias sónicas, sin embargo queda claro que se diferencia nítidamente del mundo del noise en su necesidad de establecer “proyectos”, trabajos a largo plazo, propuestas por escrito. El arte sonoro tiene un origen en las vanguardias históricas, el futurismo concretamente. Debido a su naturaleza experimental con la tecnología, las instituciones regidas bajo políticas desarrollistas y tecnócratas han sabido cobijar desde sus orígenes a este tipo de proyectos pues encarnan el ideal de progreso tecnológico asociado al arte. Vanguardia artística que es también vanguardia institucional.
    Las cosas sin embargo no son tan sencillas y hay muchos matices, muchos artistas que se mueven por igual en ambos terrenos y algunos que encarnan una zona intermedia entre ambos mundos. Pero si bien hay puntos de contacto creo que es más claro ver una línea que los diferencia. Que quede claro, tampoco es el propósito de este artículo provocar oposiciones sino únicamente encontrar una salida a esa dicotomía noise / arte sonoro.
    Una diferencia que resulta evidente entre uno y otro universo tiene que ver con las formas de producción: mientras que los artistas de noise publican cassettes, vinilos, tienen zines, camisetas, parches y todo el merch posible, propio de una subcultura establecida, el mundo del arte sonoro apenas si se conforma con conservar un afiche y más bien pelear un auspicio para un catálogo, sus fuentes de ingreso vienen de las residencias artísticas y el sistema de financiamientos con proyectos en donde el papel a veces lo soporta todo.
    ¿Cómo explicar que artistas como el ecuatoriano Armenia publiquen discos llamados “El arte a muerto” o “Superhipsters”? Solo es posible entender eso si hacemos conciencia de las diferencias entre uno y otro universo.

    El triunfo del ruido

    Hay aquí sin embargo un aspecto paradójico. Vuelvo a la anécdota del recital y al gesto del poeta Frido Martín de interpelar al público para salir victorioso. Pues si hay algo que ha triunfado y que triunfa es el ruido. Por encima de todo, el aburrimiento se ha convertido en el mejor sinónimo de la intelectualidad. Pero, y esto es lo trágico, quienes abogan por esa libertad ruidista al final se encuentran dentro de la misma trampa. El capitalismo termina devorando todas las opciones y no hay performance que pueda escapar de la estridencia sin sacrificar la posible atención. Los espacios como bares o locales de conciertos habituales del mundo del rock, privilegian el espectáculo y hacen imposible la permanencia de un show “aburrido”. Ocurre lo mismo con los llamados espacios alternativos. Vivimos tan sumergidos en estímulos sonoros y auditivos que es un reto el conseguir la atención. Basta caminar un rato por el centro de la ciudad para sentir cómo los códigos sonoros de los vendedores son importantes para vencer en la masa de ruido que a diario se establece allí, los claxons que suenan cada 5 segundos para ganar la delantera. Esos mismos códigos podemos encontrarlos en los conciertos de noise. La interpelación al público no puede escapar a otra posibilidad que no sea la del ruido. Y de ahí que los Centros Culturales finalmente se conviertan en oasis en donde cualquier artista, con público o sin público puede dar rienda suelta a otro tipo de caprichos, aquellos que están fuera de los márgenes de la estridencia, a ese tipo de experiencias que nuestra percepción atrofiada reduce al ámbito de lo intelectual o lo aburrido. Ese es el panorama, al menos como se vive en Lima. ¿Será posible que podamos vencer esa dicotomía noise / arte sonoro? Para lograrlo la interpelación debe conseguirse con vías no definibles únicamente por el grosor del sonido, sino, creo yo, por el temperamento del artista. Lo verdaderamente revolucionario tiene una forma inesperada. El choque está en nuestras convicciones. (Luis Alvarado)

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