miércoles, 15 de junio de 2016

Reseña: El Jefazo


El Jefazo
(Tóxico, Necio, Inti, 2016)

Bruno Sánchez debe ser uno de los guitarristas más versátiles que hay en Lima. Quien revise su trayectoria notará que ha pasado por una gran variedad de estilos. Un eclecticismo que refleja el notable dominio de su instrumento pero que también es una buena imagen de cómo funciona la misma escena alternativa en Lima: donde todo suele estar muy mezclado y donde es normal que convivan muchos estilos en un mismo circuito o concierto. En los últimos años, sin embargo, parece haber más nítidamente una necesidad (o una facilidad) de reagruparse por tribus que antes no eran tan visibles. De pronto parece que hay una escena indie, una escena de improvisación, una de emocore, y por supuesto una de stoner doom, que parecen establecer nichos y público fiel adepto e informado (o al menos curioso). El trabajo de sellos pioneros como Ogro Records (Reino Ermitaño, Mazo), Doom Records (Caballo de Plomo, Ayahuasca Dark Trip) y la realización del festival Lima Doom, como la aparición de Tóxico Records, alimenta la expectativa por la consolidación de dicha escena.



En este avance del stoner doom es que aparece una banda como El Jefazo, integrada por Bruno Sánchez (guitarra), Carlos French (bajo) y Renán Monzón (batería). No soy precisamente un gran conocedor del doom pero sí disfruto mucho los discos con este sonido pesado que remite a Black Sabbath, Pentagram y grupos más modernos como Cathedral, Melvins, Sleep o Electric Wizard, y aunque cada banda es diferente, claramente tengo la impresión que el buen oyente de Stoner Doom está buscando básicamente lo mismo: un buen y aplastante riff que vaya y venga como un si de un mazo gigante que golpea una y otra vez, se tratara. Eso y una buena dosis de psicodelia oscura.

El Jefazo es un trío que parece conocer perfectamente bien las reglas del género y saben pasearse en ellas con mucha solvencia. Y eso lo demuestran muy bien en el álbum intitulado que acaban de publicar. Seis temas instrumentales, de poderoso y pesado doom. “Estampida” por ejemplo, la más extensa de todo el disco, con cerca de 8 minutos, es como como una larga jam instrumental que arranca violenta con solos de guitarra blues y va desarrollando diversas secciones más calmadas para volver a despegar enfundada en un magma de fuzz, y en la que empiezan a distinguirse oscilaciones electrónicas que agregan colorido al viaje.

La decisión de haber grabado el álbum en vivo le da cierta crudeza al sonido. El bajo distorsionado (cortesía de French a quien hemos visto tocando música electrónica y sonidos atmosféricos y oscuros) es demoledor e incansable. Sin duda es un gran debut para esta joven banda, integrada por músicos de larga trayectoria que empiezan a hacerse ya de un nombre en un circuito que, como dijimos se perfila como una de las movidas más estables de la escena limeña. (Luis Alvarado)


No hay comentarios:

Publicar un comentario